viernes, 13 de julio de 2012

Lo Nuevo en Lastarria

7 NOVEDADES GASTRONÓMICAS EN EL BARRIO LASTARRIA !

1. Nolita: Se demoró pero ya está abierto. Por fin. Este nuevo emprendimiento de los hermanos Carlos y Pancho Toro y cuya cocina está a cargo de la hija del primero, se ubica en el Paseo Lastarria y tendrá un estilo más informal y juvenil que su par de Isidora Goyenechea. Pero la calidad, dicen, será la misma. Una recomendación de la casa es la parrillada de mariscos (en la foto). Lastarria 70, Local 8.

2. Caleta Lastarria: Abrió sus puertas en abril del año pasado, en un amplio y ondero local con subterráneo y "cantina" anexada, y una carta enfocada principalmente en pescados y mariscos locales. Pruebe su chupe de camarón y jaiba, su tabla mixta (en la foto) o su ensalada de pulpo con hojas verdes, palta y rúcula fresca. También tienen buena carta de tragos para ir en la noche. Villavicencio 395, teléfono 6325764.

3. bocanáriz: Un bar de vinos que asombra por su variada oferta de etiquetas nacionales (304) y vinos por copa (35), y por sus originales "vuelos", un "pack" de tres vinos unidos por un mismo concepto, en copas de 50 cc. Todos quienes atienden son sommeliers y eso, claro, le da un plus. Para probar, el solomillo de cerdo con ciruelas y manzanas asadas (en la foto). Lastarria 276, 6389893.

4. Mulato: Detrás de sus fogones está Cristián Correa, ex chef de Agua, Mestizo y Milcao; y eso ya habla bien de su cocina, con vocación de productos de temporada y énfasis en sabores chilenos. Un must de su carta, además de las empanadas de mechada y queso chanco, es su plato de merluza austral con salsa de almeja al cilantro y guiso de lentejas (en la foto). Lastarria 305, 6384931.

5. Liguria: Falta todavía para que este nuevo local de Marcelo Cicali, de 2.002 m2 y el más grande de los cuatro (tendrá una capacidad para 300 personas), abra sus puertas. La inauguración se proyecta recién para septiembre de 2013, pero lo incluimos porque seguro será uno de los mayores atractivos del barrio: estará ubicado en Merced con Lastarria, en una casona de 1906 construida por el arquitecto Alberto Cruz Montt y declarada inmueble de Conservación Histórica.

6. Interludio: Abrió en marzo del año pasado, pero aún es considerado un jugador nuevo en el barrio, frente a otros clásicos del sector. Su carta, de autor, tiene toques mediterráneos, con platos como filete de res y papas rústicas al romero con mostaza antigua (en la foto) y una entretenida oferta de tragos. También tiene un subterráneo donde hay música en vivo. Ojo que abre sólo por las tardes, a partir de las 18:30 horas. Merced 316, 6387203.

7. Mamboleta: Es lo nuevo-nuevo de José Luis Merino, el mismo inquieto chef y propietario de Ciudadano y de la sanguchería Ciudad Vieja. Esta nueva apuesta es un bar ambientado en los años 40, con música "antigua", que acaba de inaugurar formalmente con una carta jugada hacia preparaciones chilenas "olvidadas" como fricassé de criadillas, guatitas atomatadas, riñones en misa, codornices asadas, quesos de cabeza y de sangre y empanadas de navajuelas ahumadas. Todo, en formato de tapas. Merced 337, 6330588.

Revista Wikén El Mercurio - Por Bárbara Muñoz S..

sábado, 4 de septiembre de 2010

Las 7 Mejores Empanadas del Bicentenario



En nuestro sexto ranking de empanadas, las noticias no son tan alentadoras como esperábamos. Sobre todo en un año de celebraciones como éste.
POR BÁRBARA MUÑOZ S (Revista Wikén - El Mercurio - Viernes 3 de Septiembre 2010)

1 Las Rosas Chicas
Precio: $970
Esta empanada dorada y "gordita" saltó del tercer al primer lugar: este año fue, lejos, la mejor evaluada por el jurado. Bien rellena, de masa sabrosa y crocante, su pino es húmedo y algo dulzón pero sabroso y equilibrado en aliños. Generosa en huevo, mejoró la relación carne-cebolla que el año pasado había sido su piedra de tope. Y además, aún no supera la barrera de los $1.000. Muy bien. Luis Pasteur 6577, Vitacura. 2184779.

2 Tomás Moro
Precio: $900
El jurado la definió como "la empanada Botero" por su aspecto redondo y voluptuoso. Y a pesar de que la carne tenía un leve gusto a grasa, se destacó su pino brillante y jugoso. Su masa gruesa -como "agalletada"- pero húmeda y de buen sabor, obtuvo las más altas calificaciones en el ranking. Eso sí, el jurado aseguró que le faltó "color chilena" y que, en general, le habría venido bien un poco más de condimentos. ¿En resumen? Una empanada interesante. Cuarto Centenario 1072, Las Condes. 2208079.

3 San Rosendo
Precio: $690
Nueva en este ranking, esta empanada de formato tradicional y que destaca por su intenso dorado, tuvo un debut promisorio: no sólo se quedó con el tercer lugar, sino que además fue destacada por su gran relación precio-calidad (sólo $690). Sabrosa (aunque se exageró un poco con el comino), de pino bastante húmedo y masa correcta, el jurado consideró que si se usara carne picada en vez de molida, el resultado sería incluso mejor. Luis Carrera 2247, Vitacura. 2199083.

4 Tinita
Precio: $950
De forma parecida a un trapecio y con poco brillo (parte del jurado la encontró definitivamente "fea"), esta empanada tuvo un problema mayor que su aspecto y que afectó lo que podría haber sido una buena evaluación: su pino estaba muy salado. Su masa era delgada y traía una original aceituna verde con carozo, pero la carne -que tampoco era tan abundante- estaba, además, un poco seca. Los condimentos, en todo caso, estaban bastante equilibrados. Antonio Bellet 58, local 1, Mercado de Providencia. 2364199.

5 Las Hermanas
Precio: $1.000
De atractivo formato triangular aunque bastante pálida, el jurado la encontró una de las más bonitas de la muestra. Pero aunque la masa -crocante y de buena textura- se llevó los aplausos del panel, en términos de relleno "guateó". Es verdad que el pino estaba húmedo y jugoso y traía abundante carne, pero el jurado consideró que más parecía un guiso (por su consistencia líquida), que le faltó picardía y que se percibía la poco feliz presencia de caldo de carne industrial. Río Tajo 8361, Las Condes. 2249210.

6 Castaño
Precio: $790
"Potente" y "caldúa", esta empanada de muy bonito formato, llamó la atención del jurado por lo intenso de sus condimentos. Su relleno generoso en huevo y jugoso, mezclaba carne picada y molida, pero ésta estaba algo grasosa. Además, la masa era poco flexible y algo desabrida y despedía un leve aroma a grasa. Lo bueno es que es la segunda más barata de la muestra. Providencia 1401, 3898130.

7 Ña Matea
Precio: $1.000
Esta empanada que se ha convertido en un clásico de Bellavista y que el año pasado ocupó el segundo lugar del ranking, este año frenó su ascendente carrera para quedar sólo en la séptima posición. Para el jurado el gran problema estuvo en la masa, que fue considerada demasiado delgada y carente de materia grasa y en que el relleno, a pesar de ser abundante y bastante sabroso, estaba algo "recocido". Purísima 171, 7770478.
 

POR BÁRBARA MUÑOZ S.

martes, 24 de agosto de 2010

SIMPLEMENTE, JULITA


Maneja su Hyundai Accent a toda velocidad por las calles de Santiago, inaugura las pistas de baile de cada fiesta a la que la invitan. Usa minifaldas, tenidas animal print, zapatos de taco alto. Vende ropa usada, lee best sellers, le cocina ñoquis a su ex marido. Tiene 91 años y dice: "Soy la rota más independiente del mundo". Ésta es la vida de Juli o Julita, llámela como quiera, pero nunca Julia.

Revista Ya  / por Sabine Drysdale. Ilustración: Francisco Javier Olea.

Duerme sola, en una cama de una plaza que hace las veces de sofá, cubierta por un cubrecama antiguo, un género estampado de flores que se repite en los cojines, en las cortinas, en el mantel de la mesa ovalada donde juega solitario y a la que se sienta para anotar en su agenda, con caligrafía ya en desuso, invitaciones a almuerzos, cenas, tés a las cinco de la tarde, fines de semana en el campo, en la playa.

Duerme sola bajo once retratos suyos. Está dibujada a lápiz, pintada con óleo y con acuarela, en amarillos, púrpuras y grises, en cuadros que apenas dejan espacio para las fotografías en las que posa sola, con su ex marido, con sus dos hijos, con sus seis nietos, con Grace Kelly, con Libertad Lamarque, con Maria Callas.

Se duerme después de leer best sellers bajo la luz de una lámpara que fue un molino de café. Después de rezarle a una virgen que usa para colgar sus collares de perlas, y que está sobre un mueble de madera lleno de objetos que por algún motivo no quiere desechar: casetes, lápices viejos, flores de plástico.

Duerme en una habitación que no es una habitación, sino un extremo del departamento, separado por un biombo del resto de estos 72 metros cuadrados en el primer piso del edificio "El Barco", en la calle Santa Lucía, en la esquina con Merced, en el centro de Santiago. Allí, Julia Astaburuaga, de 91 años, vive con Juan Pablo II, su canario naranjo.
-¿Hacía rato que estabas tocando?

Son las once de la mañana del viernes 28 de mayo y Julia Astaburuaga abre la puerta de su departamento, envuelta en la melodía de "Strangers in the Night", perfectamente maquillada, vestida de púrpura de cabeza a pies: chaleco, top, pantalones, anillos varios. Lleva el pelo corto teñido de rubio, collares y pulseras dorados, zapatos de taco alto color café. Y lo primero que dice es que detesta su nombre, Julia.

-Lo odio. Lo encuentro tan duro, tan feo. Se me ocurre una vieja gorda con bigotes, con un loro en una mano y un rosario en la otra.

De modo que ella es Julita. Juli. Se sienta en un sofá antiguo, bajo una ventana por donde se cuelan los rayos del sol y los bocinazos de la calle Santa Lucía.

-Mira lo que pasó allá -dice, apuntando a la pared color lúcuma.

En la parte superior, atravesando el muro de lado a lado, hay una grieta, una huella del terremoto de 8,8 grados que sacudió gran parte de Chile el 27 de febrero pasado.

-No lo pienso arreglar. Lo voy a dejar como a piece of conversation -dice en inglés aristocrático. -Para tener tema.

-¿Quieres una Coca cola, o algo, un café?

-Coca cola, light, si puede ser.

-Ivonne...

Ivonne, una mujer menuda, silenciosa, de pelo color café, corto, los ojos maquillados con sombra verde, delantal azul, su empleada, que viene a esta casa de lunes a viernes de diez de la mañana a tres de la tarde desde hace veintitrés años, sale de la cocina, un espacio mínimo -un horno, un refrigerador pequeño- que se multiplica en las paredes revestidas de espejos.

-¿Señora Julita?

-¿Le puedes traer una Coca Cola light? Bah, si light es la única que tenemos.

Julita Astaburuaga Larraín nació el 17 de abril de 1919 en la casa de sus abuelos en la calle Pedro de Valdivia. En una mansión con jardines, piscina, cancha de tenis que ya no existe y en cuyo terreno hoy hay 27 casas y dos edificios de departamentos.

-Ivonne...

-Sí, señora Julita -contesta desde la cocina.

-Sea buenita y me trae la foto de la casa mía para mostrársela.

-Ya, señora Julita.

Minutos después Ivonne aparece con una foto enmarcada en la que se ve una enorme casa de piedra y madera con un torreón. Allí, en esa casa de Pedro de Valdivia -entre partidos de tenis, golf, tardes de piscina- la educó Miss Haigh, una nanny inglesa pelirroja que la despertaba los sábados por las noches para que ella mirara por la ventana las fastuosas fiestas que daban sus padres -Jorge Astaburuaga Lyon, corredor de bolsa, y Elena Larraín- en la cancha de tenis.

-Eran unas fiestas espectaculares, toda la gente bailando en la cancha llena de mesitas, la piscina iluminada.

Julita vivía allí, con sus padres, su abuelo viudo, su hermano Carlos, Miss Haigh y Juan Corto, el mozo; Juan Largo, el jardinero; Juan Charela, el chofer, y Juana, la cocinera. Para el día de San Juan, sus padres dejaban la casa a los empleados para que hicieran su propia fiesta.

-Mira qué simpático.

Vivió un tiempo en París, donde su "nanny" fue reemplazada por una "nounou". De regreso, estuvo en varios colegios. En el Jeanne D'Arc, las Monjas Inglesas, el Universitario Inglés e interna en las Monjas Francesas. Las fiestas fastuosas de Pedro de Valdivia se acabaron tras el suicidio de su abuelo materno. Los altos y bajos financieros de su padre en la bolsa de comercio obligaron a vender la casa y mudarse a una más sencilla, de un piso en la calle Olivares, en el centro de Santiago.

-Éramos millonarios o pobres. Hubo muchos accidentes monetarios.

Cuando Julita tenía 13 años, a principios de los 30, sus padres se separaron. Junto a su madre y sus dos hermanos se fue a vivir a la casa de unas primas en la calle Ejército, a pocas cuadras de la casa de calle Olivares. Era enorme, con jardines interiores. Julita y su familia ocupaban el segundo piso. Vivió su juventud en esa casa y dividida entre dos mundos: la discreción de su madre hermética y la energía desbordante y la vida social de su padre.

-Yo era igual que él, un fiestero, lo pasaba bomba -dice, abriendo exageradamente los ojos azules.

A los 17 debutó en sociedad. Era una mujer hermosa, codiciada. Coronaba su pelo castaño ondulado con tiaras y sombreros. Compraba sus vestidos en París. Era la reina de la noche, la dueña de la pista de baile. Ella hubiera detenido el tiempo entonces, en aquellos años.

-No me quería casar. Lo pasaba tan bien.

Se casó, sin estar enamorada, a los 29 años con el diplomático de carrera Fernando Maquieira. Lo conoció en un cóctel en Santiago. Él vivía por entonces en Europa. Le gustó que no se vistiera como chileno, que usara zapatos de gamuza, chaquetas partidas a los lados, que hablara diferente.

-Pero no me quería casar, ni con él ni con nadie.

-¿Temía perder su libertad?

-Sí, eso y mi independencia. Soy la rota más independiente del mundo.

Usando el vestido ocre y la diadema de diamantes de su madre, se casó en una ceremonia íntima el jueves 17 de abril de 1947, y el sábado ya estaba viviendo en Nueva York, donde su marido fue nombrado secretario de la delegación chilena ante las Naciones Unidas. Después vinieron Ciudad de México, Quito, Lima, Buenos Aires, La Paz, Caracas, París y Ginebra. Las cenas con Grace Kelly, con Libertad Lamarque, con Maria Callas. Los encuentros con Gabriel González Videla, con Eduardo Frei Montalva, con Salvador Allende, con Augusto Pinochet.

-Adoré mi vida diplomática.

Su vida diplomática terminó en 1974, cuando se separó de su marido y cuando los dos hijos que tuvieron, Cristián -actual embajador en Paraguay- y Diego -poeta- ya eran mayores de edad.

-Te puedo contar que ahora estoy mucho más amiga con Maquieira, mi ex, que cuando estaba casada. Tenemos una estupenda relación telefónica.

Para su cumpleaños número 90, Julita, con la ayuda de Ivonne, le preparó a su ex marido ñoquis de sémola y se los llevó a su casa. Pero, mientras estuvieron casados, peleaban todo el tiempo. Diego, su hijo poeta, de 59 años, dice que la separación fue acertada.

-Todos estuvimos de acuerdo con la separación -dice-. No fue un drama.

-Yo no me acuerdo nada más que de las cosas buenas con mi marido -dice Julita-. Me dio a mí una vida maravillosa, estuve con personajes, con toda esa gente.

Esa vida maravillosa, sin embargo, tuvo sus tormentas. Diego pasó 17 años bebiendo desaforadamente, con períodos salvajes en los que empezaba las mañanas con vodka y jugo de naranja. Hoy hace seis años que no bebe, pero el alcohol le quitó parte de la visión.

-Diego se recuperó pero tiene que leer con lupa -dice Julita-. Pero mis hijos me salieron buenos chiquillos, fantásticas personas, pudieron haber sido un desastre, viviendo con gente que se pelea de la mañana a la noche y que está todo el día de fiesta, porque siendo diplomáticos no estábamos nunca en la casa.

-¿Se arrepiente?

-No es arrepentimiento, lo que sí, que de grandes les pedí perdón porque los había coscacheado mucho de niños. Cristián me dijo: no te preocupes Juli, estás oleada y sacramentada. Tú eras una mujer frustrada que arremetía contra lo más cerca que éramos nosotros.

-¿Frustrada?

-Sería por las peleas con Fernando.

Julita tiene seis nietos, tres de cada hijo. Su nieto Sippi, hijo de Cristián, fue su regalo de cumpleaños: su nuera, la madre del niño, fijó la fecha de su cesárea para el día del nacimiento de su suegra, el 17 de abril.

-Mira qué simpático.

Ya separada e instalada en Chile, se transformó en profesora de comportamiento y buenas maneras. Daba cursos para señoras en la Academia Diplomática. Con los apuntes de esas clases escribió, muchos años después, y a mano, un libro que tituló "Así lo hago yo". En la primera página se lee: "Dedico este libro con mucho amor a todo el mundo". Y, en la página 36, estos consejos para que invitar gente a comer a casa sea una experiencia superior:

"Estoy convencida de que para que la reunión sea animada hay que invitar por lo menos a un buen conversador, a algunas mujeres bonitas, a algunos hombres buenos mozos, a un marido sin hogar -no duran mucho en esa situación- porque añaden interés a la reunión" (...) "Y siempre hay que mantener más o menos un mismo nivel de importancia: No se invita al gran cantante de ópera con el tío sordo y jubilado que no lee ni el diario".

Fanática de la ópera, por esos años formó parte del directorio de la Corporación Patrimonio Cultural de Chile, y fue directora de los Amigos del Teatro Municipal, donde ayudó a reunir dinero para comprar el piano, la cortina, la pista del ballet y a pagar las becas de las sopranos Cristina Gallardo-Dômas y Verónica Villarroel. De pronto Julita se tornó en la invitada que todos sueñan con tener en sus casas, en los lanzamientos de sus libros, exposiciones de arte, avant-premières.

Y si, durante décadas, su rostro fue parte ineludible de las páginas de la vida social, un día, tres años atrás, debutó en la crónica roja. Era el 27 de julio de 2007, cuando un hombre la asaltó e intentó quitarle la cartera mientras cruzaba la calle Monjitas a metros de su casa. Ella, por entonces de 88 años, cayó de rodillas en el pavimento, se quebró tres dedos y se hizo un tajo en la frente, pero no soltó su Louis Vuitton. Julita salió en todos los diarios y, desde ese día, su rostro es conocido no sólo para los habitués de los mejores cócteles de la ciudad, sino para los taxistas y los maestros de la construcción.

-Te voy a mostrar donde salí para que te mates de la risa. Ivonne... La Ivonne es la que sabe todo aquí.

Ivonne, que ya sabe qué hay que buscar, le trae un ejemplar del semanario satírico "The Clinic". En la portada hay un primerísimo primer plano de su cara usando unos enormes anteojos y el titular "Vieja mochera busca venganza".

-Mira la foto mía, qué asquerosa, qué cara de mierda, qué vieja más pesada.

Julita no para de reír. Bulle el tráfico en Santa Lucía.

Es martes 1 de junio, a mediodía. Julita -que usa pantalones animal print, un beatle negro, un grueso collar dorado, un echarpe que imita la piel del leopardo y aros de madera- está sentada a la mesa del comedor en el departamento de su amiga Marta Vidaurre, en el barrio El Golf. Todos los martes, desde hace diez años, viene a esta casa y se sienta a esta mesa y, durante más de dos horas, junto a un grupo de mujeres de diplomáticos ya jubilados, hace patchwork, cose retazos de tela con agujas minúsculas y habla de tiempos pasados. Ahora, de una bolsa de género, saca unos paños triangulares, verdes con rojo, a medio hacer. Es junio, pero ella ya prepara sus regalos de Navidad.

-Son individuales triangulares con forma de árbol de pascua. Acá va una campanita con una amarra y acá otra campanita. ¿No es cierto que son ideales? Son un éxito -dice, con los anteojos colgándole de la punta de la nariz.

A un lado y otro de la mesa las mujeres hablan sin mirarse, con la vista atenta en la costura. En medio de la conversación, Julita grita, con voz aguda. Pasa sus manos sobre la frazada que cubre la mesa, tanteando, buscando algo que no puede ver.

-¿Dónde está?, si la acabo de ver. Estoy traumada, la pongo todo el tiempo al lado para que no se me pierda.

Una de sus compañeras se agacha y encuentra la aguja en el suelo.

-Aquí está. Esta es una aguja especial. No la venden en Chile.

Después, sigue cosiendo, hablando.

-Cuando a nosotros nos nombraron en Bolivia, todos nos decían qué horror, se van a La Paz, qué atroz. Yo me fui llorando de La Paz. La adoré, la adoré.

-Hay que tomarlo como una oportunidad, no como un sacrificio -dice una de sus amigas.

-Mi marido estuvo de cónsul en Chos Malal ¡Chos Malal! -dice Julita, falsamente horrorizada, recordando su paso por esa pequeña ciudad de paisaje agreste y fuertes vientos en la Patagonia Argentina-. -Arrendamos una casa que no tenía ni baño ni cocina.

-Entonces no era casa -dice otra de las mujeres, mientras cose.

-Yo iba a una cuadra de la casa a hacer mis necesidades en un hoyo, y en pleno invierno, cuando ya estaba desesperada, ponía la bacinica arriba del sofá del salón.

La mesa estalla en risas.

-¿Es la una ya?

Julita tomas sus materiales, los mete a la bolsa y se pone de pie. Tiene un almuerzo en la casa de unas amigas para despedir a la señora del nuevo embajador ante las Naciones Unidas. Casi no hay día de la semana en que no tenga algún almuerzo, algún té, algún cóctel, alguna cena y hay días, incluso, en los que tiene todo eso junto.

-Yo salgo para no ponerme triste.

Entra al ascensor y se mira al espejo. Se acomoda el pelo.

-¿Tiene tendencia a la depresión?

-Puede ser. La peleo.

Julita aborrece la idea de morir, pero ya compró su ataúd. Dice con ironía que es el más barato que encontró.

-Es de madera, forrado, por dentro y por fuera, con género gris. Un asco- dice riendo.

Cuando les dijo a sus hijos que, si les daba vergüenza, pagaran la diferencia por uno mejor, Diego, el poeta, le contestó que no era necesario, que el cajón estará cubierto de flores.

-Mira qué lindo.

Como todos los jueves a las doce, Julita está en el local C-9 del centro comercial Los Cobres, de Vitacura. Un espacio estrecho de dos pisos, ropa de mujer abajo y de hombre arriba. Desde hace más de diez años es vendedora de ropa usada de la tienda "De buena fe", prendas de alta costura que donan sus amigas millonarias. El dinero que se recauda termina en manos de mujeres pobres, bajo la forma de préstamos destinados a crear pequeños negocios. En esta tienda Julita se compró, hace un tiempo, un traje, pantalón y chaqueta rojos, de Yves Saint Laurent por cinco mil pesos.

-Toda esta ropa es regalada y la vendemos a huevo. Acá viene gente como tú y como yo y las empleadas también. ¿Cuánto calzas? Porque hay unos zapatos preciosos.

Lleva pantalón gris, aros grises, chaleco gris y un poncho gris con el que esconde su estómago. Está a dieta.

-Tengo tres kilos aquí, en la guata, que me enferman.

Una mujer de unos treinta años entra a la tienda, a mirar ropa. Pero no mira ropa. Mira a Julita.

Julita está vestida como para ir a una comida pero sólo son las cinco de la tarde de un viernes de julio, y el evento es un té en el gimnasio del Country Club. La marca de té inglesa, Twinings, la nombró anfitriona de una de las mesas y ella -de mínima minifalda, beatle de animal print y capa color café con piel en los bordes- invitó a siete amigas. El gimnasio tiene el piso cubierto por una alfombra verde, cuyos pedazos están unidos con tela adhesiva. Sobre las mesas, cubiertas con manteles blancos, hay tazas de loza barata, sandwiches y scones. Julita luce sus piernas flacas, estilizadas, y unos zapatos de taco altísimo. Cada vez que alguna de sus invitadas llega, Julita abandona la mesa, la va a buscar a la puerta y regresa con ella, radiante, llevándola del brazo. Así, una tras otra, llegan las siete: todas vestidas con brillos, dorados.

Una mujer se pone de pie sobre una tarima y, acercándose al micrófono, dice:

-Ladies, for you Mr Twinings.

Julita, por alguna razón, repite la frase, se ríe, aplaude.

-Mi madre -dirá Diego Maquieira- es como un diamante que está extremadamente pulido y al mismo tiempo sigue siendo en bruto. Lo pulido tiene que ver con un refinamiento altamente desarrollado y lo bruto es que mantiene un estado de inocencia o de inconciencia brutal.

-Tengo fama de rica.

En el departamento de Santa Lucía suena música clásica. Es miércoles y Julita revisa, sentada sobre su cama, revistas antiguas, "Life", "Town & Country". En ambas hay fotos suyas, espléndida en su juventud. Usa un chalecón rojo furioso y jeans. Hay pocos lugares donde sentarse en estos 72 metros cuadrados. La cama, un sofá antiguo, un par de sillas.

-¿Te muestro mis disfraces?

Se levanta y abre dos puertas camufladas en la pared lúcuma. Allí en ese clóset empotrado, bajo una sábana blanca, aparecen cientos de vestidos -de seda, terciopelo, lino, algodón, negros, morados, a rayas- minifaldas, chaquetas -de cuero, lanilla, paño, lino, tweed- pantalones, jeans. Zapatos de taco alto, sandalias. Más allá hay otro clóset escondido en la pared. Valentino, Chanel, Yves Saint Laurent. Cientos de vestidos, miles de dólares.

-¿De qué vive hoy, Julita?

-De la renta de una casa chiquitita en El Golf. No tengo ninguna jubilación y por suerte soy carga de Cristián, mi hijo, para la cuestión salud. Pero, como te dije, todo el mundo piensa que soy rica, a mí me llama todo Chile para pedirme plata. Tú no sabes la cantidad de ayuda que yo doy, de dos mil pesos, de tres mil pesos, cinco mil pesos, tengo así el alto de ayudas. Ivonne...

-Sí, señora Julita -contesta Ivonne, desde la cocina.

-¿A cuántos le daré a lo menos ahora?

-A quince, veinte -dice Ivonne, apareciendo.

-Cómo, no tanto -se puso andaluza usted.

-Si es verdad -Ivonne comienza a enumerar con los dedos-. A la Orden de Malta, Mano Amiga, Nuestra Casa, Las Rosas, Calvo Mackenna, Hogar de Cristo, Roberto del Río, ayuda a un niño de Lo Barnechea a estudiar, a la mujercita, a la Iglesia.

-Sí, tengo una mujercita en Quilpué a la que le mando 20 mil pesos y le he pagado toda la educación a las niñitas. Me dice mamita.

-Y a ése que era fraude, el que juntaba plata para la fundación del Niño Agredido, cuánto le daba, ¿diez mil pesos?

-No eran diez mil pesos.

-Deben haber sido cinco, por ahí.

-¿Por qué tiene fama de rica?

-Porque me hallan que soy muy elegante. Tengo mucha ropa.

-Pero todo se lo regalan, ella nunca compra -dice Ivonne. -Desde que yo estoy con ella nunca la he escuchado decir voy de compras. La gente la quiere tanto que no necesita ir de compras.

-Me abisma.

-Adiós niñitas, pórtense bien mal.

Acaba de terminar una de sus clases de patchwork y, ya en el estacionamiento, Julita se despide de sus compañeras.

-Tiene la cartera abierta, Julita.

-Siempre la tengo abierta. Me da flojera cerrarla. Cinco veces me han asaltado.

Se sube a su auto, un Hyundai Accent color beige con la antena de la radio quebrada en la mitad, colgando, la pintura rayada. Es un regalo que le hicieron sus amigos, después de que le robaran el anterior, un Nissan que había heredado.

-Yo lo adoraba. Me lo robaron dos veces. La segunda vez Maquieira, mi ex, me llama y me dice: Llama al ladrón y dale las gracias.

Enciende el motor. Echa marcha atrás.

-El cinturón, Julita.

-No tengo costumbre. ¿Vas para Vitacura? Tú me dices donde te dejo porque no me cuesta nada, tengo tiempo y no te llevo al apa.

En la radio suena música clásica. Sube por Presidente Riesco, dobla a la izquierda en Américo Vespucio. Luz roja. Se detiene y, de pronto, una mujer le golpea el vidrio. Es una mendiga. Julita se desespera. Mete la mano en la cartera y saca un billete de mil pesos.

-Mira le voy a dar mil pesos.

Abre el vidrio y le pasa el billete. La mujer lo toma y, sin decir gracias, camina hacia el auto siguiente.

-Se quedó sin habla, no lo puede creer, quién da mil pesos, nadie. Pobrecita, ¿la viste? Apenas podía caminar y yo tan prisca, no me pasa nada.

Se enciende la luz verde, Julita acelera y enfila hacia Vitacura.

-¿Sabes como me defino yo? ¿Viste la película ET? Ese personaje tan raro, soy yo. ET y yo somos dos cosas fuera de lo común, ¿no hallas tú?

Maneja segura, adelanta micros, mira por el espejo retrovisor, se cambia de pista.

-Yo me comparo con él. Una cosa rara. Porque no era mala persona, era una cosa adorable.

Fuente Revista Ya / El Mercurio 24 de Agosto 2010
Por Sabine Drysdale.
Ilustración: Francisco Javier Olea.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Revista ED celebró sus 15 años de vida


El MAC Quinta Normal

Ignacio Perez-Cotapos y Magdalena Bock 
Con una espectacular evento en el Museo de Arte Contemporáneo, Revista ED, epítome del estilo y la elegancia Santiaguina, celebró su 15º aniversario .
La animada fiesta duró hasta altas horas de la madrugada y contó con la asistencia de numerosas personalidades del mundo del arte, el diseño y la vida social. Los anfitriones se lucieron con una celebración grandiosa y sofisticada, que a pesar de ser en una de las noches más frías del año, agasajó con ostras y burbujas al selecto grupo de invitados.

Fotos: ED.cl

Fiesta ED
Daniel Mena, Maya Westcott, Magdalena Bock y Germán Margozzini


Paula Edwards y Juan Yarur
Malú Custer y Micky Hurley
Julita Astaburuaga, Hernán Garfias y Lucía Gallo